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      VIDA DE SANTA RITA | ![]()  | 
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         CAPÍTULOS 
 
 
 
 
 Durante el último tercio del siglo XIII y gran parte del XIV, la humanidad atravesó una época altamente conflictiva, compleja, contradictoria, extraña. Quebrantada por una grave crisis económica, moral, social, política. y religiosa. Estuvo envuelta en guerras, saqueos, secuestros, peste, venganzas -legitimadas por la ley-, miseria y hambre. Florecían, al mismo tiempo, espontáneamente, místicos, ascetas y santos. El día 17 de Enero de 1377 regresan a Roma, con gran solemnidad y entusiasmo popular, los Papas, después de 72 años en el exilio de Avignon, en Francia. La Cristiandad espera, al fin, con impaciencia, la buena nueva de la reforma de la Iglesia. Pero queda gravemente defraudada. Llega, sí, pero el gran cisma de Occidente que durará nada más y nada menos que 40 años. La Iglesia tuvo hasta tres Papas que decían ser los legítimos sucesores de San Pedro. Y cada uno con su séquito de cardenales, obispos, sacerdotes, fieles, reyes y príncipes. Grave escándalo y desorientación en el pueblo sencillo. Hasta los santos toman postura y se dividen. Por fin, en 1417 llega la deseada unidad tras la elección de Martín V y la sumisión a la autoridad universal del último antipapa Felipe V. 
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         Casia, pequeña potencia comercial, es una ciudad italiana situada al norte de Roma, a unos 150 kilómetros de la capital de la nación, en pleno corazón de los Apeninos. Está circundada por una gran muralla-fortaleza que sirve para defensa y para la ofensa. Domina sobre 23 castillos y 40 caseríos, con una población total de 20.000 habitantes. Muy cerca de Casia están Asís, Tolentino, Montefalco, Loreto, Perugia, Rieti y Nurcia. Que forman parte de la Umbría italiana, donde han nacido y vivido santos, beatos, ascetas y místicos de la talla de un San Francisco, Santa Clara de Asís, San Benito, San Nicolás de Tolentino, Santa Clara de Montefalco, Santa Escolástica, etc., etc. Uno de los caseríos que pertenecen a Casia es Rocaporrena que cuenta con 40 familias. Cinco kilómetros separan a una de la otra, unidas por un camino estrecho, pedregoso, romántico y soñador. Paralelo, discurre el río Corno. Salvaje en ocasiones; plácido y cantarín en otras. En este caserío de Rocaporrena vive un matrimonio compuesto por Antonio Lottius y Amada Ferri. Tienen 42 años, llevan 12 de casados y no tienen hijos. Piden con insistencia al Señor que se acuerde de ellos. Que les de descendencia. Por fin son escuchados. Es el año 1381. Les nace una niña preciosa que bautizan en la Parroquia Colegiata de Santa María de la Plebe, única Iglesia bautismal del Vicariato, ubicada en Casia, y le ponen por nombre MARGARITA. Este nombre, desconocido hasta entonces, parece ser que fue por inspiración del Señor. Así dice una piadosa tradición y que recogen la mayoría de sus biógrafos. Antonio y Amada, padres de Rita, diminutivo de Margarita, eran «pacificadores de Jesucristo». Para reducir el número de ex-bandidos se creó la posibilidad legal de pacificarse, sea en causa criminal o en causa civil fuera de la corte, más con efecto de corte. En estas pacificaciones intervenían los «pacificadores», ángeles de paz, que en los actos no tenían nombre. Una pacificación hecha fuera de corte reducía la multa en un tercio. El oficio de pacificadores constituía, pues, un servicio cívico. 
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         INFANCIA Y JUVENTUD DE SANTA RITA Los padres de Santa Rita, una prima, el párroco de Santa María de la Plebe y un ermitaño agustino de Santa Lucía, fueron los maestros de la niña en sus primeros años. Los predicadores de entonces ponían énfasis y acentuaban sus palabras en la pasión de Jesucristo y en sus encendidos sermones llegaban a los corazones compungidos y arrepentidos de sus oyentes. Desde muy pequeña comenzó a retirarse a lugares solitarios para hacer oración y penitencia. Construía rudos crucifijos de madera y se pasaba horas contemplándolos. Santa Rita durante toda su vida tuvo una devoción preferida: la del crucifijo. La pasión y muerte de Jesús. Leía y releía, meditaba y contemplaba, la lectura evangélica de la pasión. Se cuenta que cuando apenas tenía unos meses sus padres se la llevaron al campo y la dejaron en la cuna mientras ellos hacían sus labores. Mientras trabajaban, un enjambre de abejas rodeó la cuna. Algunas abejas se posaban en los labios y le acariciaban la cara. Jugaban con ella. Un labrador que trabajaba en la finca cercana se dio un corte en un brazo con la hoz y cuando regresaba al caserío para curarse vio sorprendido y estupefacto la escena de la cuna. Fue a espantar las abejas llamando a gritos a los padres de la niña cuando algunas abejas se posaron en su herida y al instante quedó curada. Antonio y Amada, entre sorprendidos y asustados, dieron gracias a Dios. 
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         Rita iba creciendo. Pronto comenzó a inclinarse por el estado religioso. Consagrarse en cuerpo y alma al Señor. La prima, que tanto había influido en su formación espiritual, intelectual y moral, había ingresado en el convento de las Agustinas de Casia. Fue un duro golpe para ella. La visitaba con frecuencia. Por lo menos cuando sus padres se llegaban a la ciudad para asistir a las funciones religiosas o para las «pacificaciones». Regresaba a casa cada vez más decidida y encendida en deseos. Pero no decía nada de sus propósitos a sus padres. Ha cumplido 18 años. Es hermosa, honesta, laboriosa, recogida, agradable, caritativa y alegre. La alegría que dan la fe y la esperanza. Y una conciencia en paz con Dios y los hombres. Con estas cualidades y virtudes no podían faltar mozos del caserío y hasta de Casia rondando por su casa. Ella les salía al encuentro con toda naturalidad. No los rechazaba. Charlaba con ellos, les hablaba del Evangelio, de Jesús, de su muerte en la cruz, del amor que nos tiene. Veían en ella a un ángel del cielo más que a una criatura de carne y hueso como ellos. Era para ellos un eterno deseo y un amor imposible. Estando con ella, sus pensamientos carnales se volvían puros. Les invitaba a la conversión, a la penitencia, a la justicia, al perdón, al amor a Dios y a los hermanos. Uno de ellos, Fernando Mancini, hijo de un oficial de la guardia de la torre y castillo de Colle Giacone, muchacho apuesto, de fuerte contextura, soberbio, bravucón, vanidoso, amigo del juego, irritable, colérico, pendenciero, vengativo y ferozmente cruel, se atrevió a pedir la mano de su hija a los padres de Rita. Había tenido con ella algunos encuentros. Sus compañeros le habían dicho repetidas veces que Rita no era para él. Que eran dos polos opuestos: una paloma cándida y un pelícano ávido de presas. Los padres de Rita también le habían echado el ojo. Era un buen partido para la hija. Promesa de familia rica y, por lo tanto, el porvenir de ellos y de su hija estaba asegurado. Rita seguía con el pensamiento en el Monasterio de Santa María Magdalena de Casia. Se veía vestida de monja por los claustros del convento. Y ante el Sagrario sin que nadie la molestase. Había hablado de ello con la Madre Abadesa, Sor Mariola Jacobi y con Catherina Antonii Mancini, su prima. Pero los pensamientos de sus padres, como hemos visto, eran bien diversos. Impregnados de egoísmo e interés. Iban siendo mayores y no querían quedarse solos en su soledad. ¡Habían esperado tanto tiempo la hija deseada! No podían perderla... Además, Fernando no era tan fiero como dicen sus primeros biógrafos. Se le ha tratado frívolamente, ligeramente, injustamente. No hay base documentada para ello. Creemos que fue debido, en sus orígenes, a una mala interpretación del epitafio escrito en la caja donde fue depositado su cuerpo. Digamos de paso que Santa Rita nunca estuvo bajo tierra. Si Fernando hubiese sido ese hombre «feroz», que dicen sus biógrafos, jamás hubiesen consentido sus padres este matrimonio. Eran padres cristianos, pacíficos, con una formación cultural más que elemental y su hija querida, bondadosa, tierna, pudorosa, humilde, delicada y sensible. Sería un muchacho de la época: normal. Con sus pequeños defectos propios de la edad y de su tiempo: jugador, soberbio por su posición social-, irritable, vengativo, intocable... Pero eso de «ferozmente cruel», nada. Totalmente falso. Llega, al fin, el momento de las propuestas y de las decisiones. De poner las cartas sobre la mesa. Momento siempre delicado. Doloroso cuando no hay coincidencia de miras, de pareceres, de voluntades. Rita, al oír la propuesta de sus padres, que en aquel tiempo equivalía a mandato, palidece, tiembla, enmudece, llora, reza insistentemente. Se refugia en la oración, como han hecho siempre los santos en parecidas circunstancias. Su mente vacila, se llena de dudas. La vocación religiosa -las otras no son vocaciones propiamente dichas- es una llamada de Dios a los hombres. Nunca admitió voluntarios. «No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo a vosotros», dirá Jesús a sus discípulos. Rita, pues, duda. ¿Habrá sido un capricho suyo? Pide al Señor discernimiento. Consulta con su director espiritual, con la Superiora del Monasterio de Santa María Magdalena, con su prima, con el ermitaño. Debe –1e dicen-, pese a todo, obedecer a sus padres. Su corazón, decepcionado, sangra al pronunciar el sí, al acatar la voluntad de sus padres. Estos se llenan de gozo. Aunque sabían que su hija les iba a obedecer. Hay un corto, pero suficiente noviazgo. Da comienzo un gran amor entre Rita y Fernando. Y llega la boda. Es el año 1399. Ella tenía 18 años y Fernando, 21. Rita, así, inicia un nuevo estado de vida, tras, el Sacramento. Se han unido dos temperamento opuestos, dos caracteres distintos. Rita pone oración, cariño y amor. Va dejando caer, con suavidad, sobre el endurecido corazón de Fernando gotas de paciencia, prudencia, amabilidad y servicio. Se entrega por entero, sin condiciones, a su esposo. Fernando, embrutecido, al principio, por el juego y el vino, regresa a casa, frecuentemente irascible, malhumorado y descarga en la esposa: su cólera. Rita calla, redobla su cariño y ora en silencio. Esta actitud, desconcertante para Fernando, lo desarma. Porque está acostumbrado la réplica en el mismo tono. Y llegan al hogar dos hijos. Voces infantiles angelicales, llenan la casa: Juan Santiago y Pablo María. Este gozoso acontecimiento sirve para unir más al matrimonio. Fernando, poco a poco, va cambiando. Poco tiempo después está totalmente transformado, desconocido. Los hijos son educados cristianamente. Rita les predica con el ejemplo y con sus palabras. Pero el ambiente que les rodea no favorece, en nada su educación cristiana. Se entusiasman más escuchando escenas de guerra, de violencia y venganzas que les cuenta el padre y que él ha vivido o presenciado. Rita entristece al ver que sus hijos van endureciendo el corazón y que se van pareciendo más al padre de sus años mozos. Sin embargo agradece al Señor el cambio de su esposo que poco a poco va dejando definitivamente su antigua vida mundana. Es una conversión generosa, sincera y auténtica. Oran juntos y piden al Señor perdón por los pecados de su vida pasada. Pero Rita tiene clavada la espina de sus hijos. Les habla de Jesús, del amor que nos tuvo, de cómo nos perdonó en la cruz a todos. Va llegando la paz a la casa. Se va pareciendo un poco al hogar de Nazaret. Pero no. Rita ha nacido para sufrir. Esta bonanza dura poco. Su vida es una subida al Calvario. Estamos en el año 1417. Un año clave y decisivo en la vida de Santa Rita. Un año de dolor, de lágrimas, de sufrimiento, de grandes acontecimientos. Y, ¡cómo no!, también de gozo en sus sufrimientos. Tiene 36 años y lleva 18 de casada. Una noche su esposo tarda en llegar a casa. Como de costumbre Rita ha preparado la cena y la tiene junto al fogón para que no se enfríe. Mientras llega, reza. Pasan las horas y Fernando que no llega. Rita tiembla. Piensa que algo malo ha podido suceder a su querido esposo. Y, en efecto, de madrugada llaman a la puerta. Tras ella dos hombres que le dan la triste noticia. Su esposo ha sido asesinado. Yace junto al río Corno, muy cerca de la Torre y Castillo de Colle Giacone, donde él trabaja. Posiblemente víctima de alguna venganza. El asesino, probablemente, era familia de alguna víctima de Fernando en los años primeros de matrimonio o antes de él. Rita, llorando
        amargamente, desfallecida de dolor, perdona a sus asesinos. No se tarda
        en saber el nombre o nombres de los asesinos. Y los hijos de Rita,
        contra la voluntad de su madre, como se llevaba en aquella época, juran
        vengar la muerte de su padre. Rita les habla, les insiste, hace
        penitencia y ora incansablemente. Pide, incluso, supremo holocausto, al
        Señor, se los lleve antes que cometan semejante pecado. De llevar a
        cabo una venganza, aunque no fuese el asesinato, el
        incendio de la casa, por ejemplo, según la rigurosa ley casiana, podían ir al cadalso, incluso sin haber
        cumplido los 15 años. 
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         Una peste invade Europa y llega
        a la Umbría italiana, a Casia, a Rocaporrena. Los dos hijos queridísimos
        de su alma, ya con otros pensamientos más pacíficos en sus mentes y
        abrazados a su madre, entregan su alma al Creador. Rita queda en
        el mundo a solas con su dolor a cuestas. Sus padres habían muerto el año
        1402 cuando Rita contaba 21 años. Libre
        otra vez, sus pensamientos van flechados, con más fuerza aún, si cabe,
        al Monasterio. Vuelve su antigua vocación. Torna irresistible. Acude al
        convento. Pero le niegan la entrada. ¿Motivos? No, como dicen sus
        primeros biógrafos, por ser viuda, que las había en el convento, sino
        porque las monjas se habían enterado de que había una venganza en
        curso. La familia de su esposo ha jurado vengar la muerte de Fernando.
        Rita se entera y trata por todos los medios a su alcance de lograr la
        paz. Que no haya más sangre. Por otra parte también hay una monja en
        el Monasterio, emparentada con los asesinos de su esposo. Rita pide al
        Señor fuerzas para lograr la paz. Y sus oraciones son escuchadas. Su
        esfuerzo obtiene el premio. Se firma la paz entre las dos familias en la
        Iglesia de San Francisco. Ahora sí se le abren las puertas del
        Monasterio. Seguimos en el año 1417. Así que Santa Rita sólo fue
        viuda durante unos meses. No llegó al año. También en 1417, Casia, Ascoli
        y Spoleto, abandonaron oficialmente el bárbaro sistema de represalia
        que había comportado toda suerte de ultrajes. Ya tenemos a Santa Rita en el
        convento. Comienza la andadura de 40 años de vida religiosa. Prosigue
        la subida al calvario, ahora vestida de monja Agustina. Sor Rita ocupa
        una humilde, pequeña, austera y desnuda celda. Se sumerge en la Biblia,
        principalmente en el Nuevo Testamento, en la Regla de San Agustín,
        fundador de las Agustinas, así como en otros escritos del Obispo de
        Hipona. Lee libros del Beato Simón Fidati, de Casia, muerto cien años
        antes del nacimiento de Rita y que tanto influyó en los Monasterios de
        la Umbría. También lee a San Francisco de Asís, el cantor de la
        naturaleza y poeta de la santidad. La clausura no era tan cerrada
        como se practicó a partir del Concilio de Trento. Podían salir del
        convento para visitar enfermos, pobres y necesitados de todo género de
        ayuda. Sor Rita es probada duramente
        durante los primeros años de vida religiosa. Y siempre salió airosa.
        Se le encomendó, entre otras cosas, regar todos los días un palo seco.
        Su fiel y ciega obediencia, hizo que floreciese y convertirse en una
        parra fecunda y que aún hoy, después de tantos siglos, permanece dando
        copioso fruto. Acudían al
        convento en busca de pan, de consejo, de aliento, de su sonrisa. Y ella
        salía a visitar enfermos y necesitados. Pronto comenzaron a llamarle
        <<Rita la Santa>>. 
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         A los 25 años de su ingreso, en
        la Cuaresma de 1442, es estigmatizada. Después de escuchar un sermón
        del famoso y santo predicador Giacomo de la Marca, sobre la Pasión y
        muerte de Jesús, ya en el Monasterio, se retiró a orar delante de un
        fresco del siglo XIV y que representa a Cristo en la Cruz, de tamaño
        natural. Con lágrimas en los ojos le pide con insistencia, con
        sinceridad, con valentía, en un acto de entrega total y heroismo propio
        de los santos, compartir su dolor. Al instante una espina de la corona
        de Cristo se clava en la frente de Rita ocasionándole una herida que
        produce mal olor. Se recluyó
        voluntariamente en su celda para no molestar a sus compañeras,
        permaneciendo en ella hasta su muerte en 1457. 
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   En 1450 el Papa
        Nicolás V convoca el Jubileo Universal o Año Santo. Era el sexto. El
        primero se celebró el año 1300, durante el papado de Bonifacio VIII. Ante tan gran
        acontecimiento, que se presenta pocas veces en la vida de una persona,
        la madre Abadesa promete a las monjas hacer el viaje a Roma. Entusiasmo
        en el convento. Rita acude a la Superiora para que también deje a ella
        ir con las Hermanas. Permiso que le es negado por aquello de la herida
        y del olor. Rita se entristece. Pide a su amigo Jesús que le quite unos
        días la herida y el olor. Jesús no puede resistirse. Sorpresa entre
        sus hermanas. La M. Abadesa, temblando ante tal prodigio, accede y Rita
        va a Roma. Llega a la ciudad santa el día 24 de Mayo, día de
        Pentecostés,
        fecha en que tiene ligar la solemne canonización de San
        Bernardino de Siena, muerto sólo seis años antes. Hay una procesión
        en la que figuran 3.000 frailes, encabezados por Giacomo de la Marca y
        Giovanni de Capistrano, conocidos
        por Santa Rita, y que tanto influyeron en su formación espiritual.                       
         Al
        regresar al Monasterio nuevamente aparece la herida en su frente por lo
        que vuelve a su habitación. 
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         El
        martirio es la conclusión de un largo peregrinaje de amor a Jesús sin
        medida. Toda
        la antigua iconografía fija sobre la frente de Santa Rita una señal
        roja recordando el arrebato místico y el estigma donado por su amigo
        Jesús. A partir de entonces fue para ella como un «dolor gozoso», don
        particular de Dios a quien ha llevado con amor la cruz ordinaria. El
        rostro de Rita aparece casi siempre pacífico, sonriente. Todos
        los santos han gozado con el sufrimiento, empezando por los Apóstoles y
        siguiendo por los mártires y santos. Dolor gozoso quiere decir: sufrir
        con gozo por Jesús. No quiere decir que se ame el dolor, que sería un
        absurdo patológico y que de hecho se da. La biografía
        iconográfica dice por sí sola toda la sustancia de la Pasión de Rita;
        la meditación sobre la Pasión, la pasión interior y la herida de
        amor, don de Cristo a Rita y de Rita a Cristo. La
        pasión de Rita se inserta en su tiempo, porque la Pasión de Jesús
        estaba fuertemente presente en la piedad popular. Se hablaba de ella en
        la predicación y en las casas. El culto de las «Cinco llagas» y la
        ceremonia del «Vía Crucis que era una especie de peregrinación
        espiritual, datan en sus primeras manifestaciones de esta época. 
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 Sor
        Rita pasó en cama, enferma, los últimos cuatro años de su vida. Dice
        una hermosa leyenda que en el último invierno, concretamente en el mes
        de Enero, fue visitada por una pariente suya de Rocaporrena. A1
        despedirse le dijo: «¿Quieres algo, Rita?». Y Sor Rita le contestó
        ante la sorpresa de los asistentes: «Sí, tráeme una rosa de mi
        antiguo huerto». Creían que Rita estaba bajo los efectos de la fiebre.
        La parienta fue al huerto y, en efecto, en el rosal, semicubierto de
        nieve, aparecía una rosa fragante y con los colores vivísimos. La cortó
        y se la llevó a la enferma. Esta dió gracias a Dios. Después de
        olerla la entregó a los presentes y que fue de mano en mano, dejando
        una fragancia celestial en la celda. El
        día 22 de Mayo de 1457, sábado noche, a los 76 años de edad y 40 de
        vida religiosa, entregó su alma al Creador. Estaba presente
        un amigo suyo: Cicco Barbaro, maestro ebanista y que desde hacía
        bastante tiempo padecía de parálisis en los brazos y manos. Se había
        encomendado a la Santa en vida. Poco antes de morir Sor Rita éste le
        besaba las manos. A las pocas horas sus brazos y manos eran regados
        por la sangre recobrando la vida. Así pudo hacerle la caja donde fue
        depositado su cuerpo. De este modo se realizó el primer milagro de
        Santa Rita, tras su muerte. En vida también
        hizo algunos milagros. Fr. Agustín de Cavallucci, su primer biógrafo,
        dice textualmente: «Un día una mujer fue a ella para pedirle oraciones
        por su hija enferma. Rita ora, como siempre, con unción. La mujer
        regresa a su casa y encuentra a su hija completamente curada. Otra vez
        libró con su plegaria a un poseído del demonio que fue obligado a
        abandonar el cuerpo». Otra piadosa
        leyenda, sin base histórica, dice que las campanas del Monasterio
        tocaron a gloria sin que nadie las tocase. El
        rostro de la Santa, deformado por la enfermedad y las penitencias,
        recobró su anterior hermosura y el olor insoportable que despedía la
        herida de la frente se trocó en perfume celestial: Su cuerpo,
        incorrupto, se conserva dentro de una urna de cristal, tras el altar
        mayor de la nueva Basílica de Casia, de la que ella es titular. 
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         En 1628 es
        beatificada por Urbano VIII. Y en 1900, el 24 de Mayo, domingo de
        Pentecostés, Año Santo, 443 años después de su muerte, es canonizada
        solemnemente en la Basílica de San Pedro de Roma por el Papa León
        XIII. Muchos de
        nuestros lectores, medianamente observadores, se habrán hecho esta
        pregunta: «¿Cómo es que a San Bernardino y a otros muchos lo
        canonizan seis años después de su muerte y tardan tantos años para
        reconocer oficialmente la santidad de Rita?». Trataremos
        de dar una respuesta que
        corresponde al juicio de la Iglesia. Desde los orígenes
        más remotos la Iglesia tuvo que luchar contra una invasión de
        leyendas. De sus santos ha estado empeñada siempre en buscar únicamente
        la verdad. Y no siempre ha sido tarea fácil. A partir del siglo II hubo
        un pulular de apócrifos de toda especie que la Iglesia ha condenado sin
        piedad. Durante
        mucho tiempo, infelizmente, la voz del pueblo, aunque bajo el control de
        los Obispos, era la que decidía las beatificaciones y canonizaciones. La
        primera canonización, oficialmente papal, fue la del obispo San Urico
        bajo el pontificado del Papa Juan XVI, el año 993. Cuando
        en 1159 es nombrado Papa el célebre canonista Rolando Bandinelli una de
        las primeras cosas que hizo fue la de reservar a los Papas el derecho
        de beatificar y canonizar. La fe nace de
        milagro. Y la Iglesia proclama la santidad cuando al juicio de los
        hombres Dios imprime de algún modo el milagro. Los milagros que un
        siervo o sierva de Dios obran durante su vida no se pueden considerar
        definitivos con vistas a su beatificación o canonización. La Iglesia
        para pronunciar una beatificación exige que, después de su muerte, se reconozca
        un determinado número de milagros y dos antes de la canonización. Urbano
        VIII antes de subir a la cátedra de Pedro se llamaba Maffeo Barberini y
        había nacido en Florencia en 1568. Era de espíritu cultísimo, amante
        de las letras latinas, compositor de himnos para el Breviario. Fue
        arzobispo de Spoleto a cuya sede dependía Casia. Su sobrina Constanza
        Barberini había leído con admiración la vida de Rita y había
        aprendido muchas cosas de ella. También el doctor Fausto Poli, canónigo
        regular de la Basílica de San Pedro y mayordomo del Papa, había leído
        la biografía de Rita de Casia y había quedado impresionado. Queriendo
        manifestar la propia devoción a otros muchos solicitó del Papa, en
        1623, que procediese a estudiar la posible beatificación de esta pía
        religiosa que desde hacía tantísimo tiempo era venerada como santa en
        toda la región de la Umbría y por cuya intercesión se atribuían
        tantos milagros. A su capilla, a su sepulcro, acudían masas en
        peregrinación de distintas aldeas vecinas. Además su cuerpo permanecía
        milagrosamente incorrupto. El santuario se enriquecía con exvotos que
        testimoniaban el reconocimiento de las gentes. Todos estos
        argumentos presentaba al Papa Urbano VIII su sobrina Constanza en favor de la petición. Tampoco él había
        olvidado el tiempo en que era Obispo de Spoleto y sus visitas a Casia.
        Constituyó una comisión especial para estudiar y avivar el proceso de
        beatificación que fue encargado a los cardenales de la Sagrada
        Congregación de Ritos. La norma
        establecida recientemente por el Pontífice para proceder a este género
        de procesos fue observado al pie de la letra. Se estudió a fondo,
        minuciosamente, la biografía de Cavallucci. Uno de los puntos
        considerado como de los más sorprendentes fue la perfecta conservación
        de su cuerpo después de 169 años. Hemos
        de advertir a los lectores que la preservación o conservación
        extraordinaria del cuerpo de un santo, sea natural, sobrenatural, o
        preternatural, a los hombres de hoy no nos importa tanto como la
        heroicidad de los santos y su personalidad. Hay
        santos antiguos, con una historia plena de hechos extraordinarios, pero
        flaca de hechos biográficos precisos. Y antes del Papa
        Urbano VIII, lo maravilloso, lo extraordinario, era prueba de santidad.
        A partir de este Papa fue prueba de santidad la heroicidad de sus
        virtudes. Lo milagroso quedará solamente como ornamento bello en torno
        a la santidad ya documentada. La legislación urbaniana fue, pues, una
        verdadera revolución en la historia del culto. Y
        es el Papa Urbano VIII a quien debemos, como hemos dicho antes, la
        sentencia de Beatificación de Rita en 1628. Bajo el
        Pontificado de León XIII se reemprendió el proceso tantas veces
        suspendido, por las vicisitudes que atravesaba la Iglesia para la
        constatación de los muchos milagros, acaecidos después de la
        beatificación. En San Pedro de Roma, con gran solemnidad, el día 24 de
        Mayo de 1900, Año Santo, fiesta de Pentecostés, tuvo lugar la solemne
        canonización de Santa Rita de Casia, Abogada de casos Imposibles y
        desesperados. Su
        fiesta se celebra en todo el mundo el 22 de Mayo, coincidiendo con el
        aniversario de su muerte en 1457. Rita nos ha
        dejado a todos un mensaje de esperanza y de gloria: la cruz y la luz
        para quien cree y ama. Es la única «certeza» capaz de iluminar y dar
        serenidad a los días de nuestra dolorosa peregrinación. 
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         SANTA RITA, ABOGADA
        DE CASOS IMPOSIBLES Entre
        los documentos presentados para el proceso de beatificación de Santa
        Rita en 1626 figuraba el «Codex miraculorum» iniciado en mayo de 1457,
        diez años después de la muerte de la santa, por el notario imperial
        Doménico di Angelo di Poggio Primocaso. No se sabe si fue una
        iniciativa personal, encargo del Obispo de la diócesis tras el primer
        reconocimiento de su cuerpo, o decisión de algún grupo casiano. Está
        formado por cuatro fascículos. El primero, enteramente escrito por el
        notario antedicho, describe 11 milagros entre el 25 de mayo y el 18 de
        junio de 1457. El segundo contiene 21 milagros registrados entre 1487 1503, anotados
        por los notarios Pietro de Angelo Petrónio, Giovanni di Amico y
        Gabriele di Bartolomeo, todos de Casia. Los otros dos fascículos
        describen los milagros atribuidos a Santa Rita entre 1524 y 1563
        registrados sucesivamente por cinco notarios. La
        comisión del Proceso contó y examinó también los exvotos ofrecidos
        por las personas agraciadas por intercesión de Santa Rita. En total
        216. la mitad de los cuales llevan fecha, firma y descripción del
        milagro. 
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